Dolor y resignación entre los centenares de asistentes a tres funerales multitudinarios. Cuatro familias rotas y varias localidades de la comarca de Mérida tocadas por la mayor tragedia que se cobra la carretera en Extremadura en los últimos 20 años quedan tras la muerte de siete personas en el accidente de tráfico que tuvo lugar en la mañana del sábado en la carretera Ex-336, apenas a 500 metros de Oliva de Mérida.
En este punto perdieron la vida cuatro jóvenes de la localidad, de 18 a 25 años de edad, después de que el coche en el que viajaban, un BMW de alta gama, invadiera el carril contrario y chocara por causas que se desconocen contra el Citroën C5 en el que se encontraban un matrimonio de Palomas y un amigo de Puebla de la Reina que se dirigían de visita a Salamanca. Los tres fallecieron tras el golpe. Sólo sobrevivió al impacto un menor de edad, hijo de la pareja, que permanece ingresado en el Hospital de Mérida. Tras la tragedia del día anterior, las poblaciones citadas acogieron ayer la multitudinaria despedida que quisieron rendirles sus familiares, amigos y vecinos.
En Palomas, más de 300 personas aguardaban poco antes de las once de la mañana a las puertas de la Casa de la Cultura la salida de los cuerpos de Matías Béjar Osorio, de 43 años, y María del Mar Sancho Matilla, de 39, el matrimonio de la localidad fallecido en el accidente. Viajaban en el Citroën C5 en compañía de su hijo Santiago, de 14 años, que resultó herido de gravedad, y de un amigo de la familia, Benigno Delgado, vecino de la cercana población de Puebla de la Reina, quien también perdió la vida en el choque.
Estaban unidos por una amistad de años, y últimamente también por el noviazgo de dos de sus hijos: Jesús, de 20 años, hijo de Benigno, y Elizabeth, de 16, hija de Matías y María del Mar. Los dos viajaban en otro vehículo que iba detrás del Citroën, en el que también se encontraba Isabel Hidalgo, la mujer del fallecido de Puebla de la Reina. Ellos fueron testigos del accidente y los primeros que avisaron a los servicios de emergencia.
La historia de esta familia es bastante común en Palomas y Puebla de la Reina, dos pueblos pequeños (el primero, de 750 habitantes, y el segundo de unos 900) que guardan una estrecha relación. Por eso no era extraño que muchas personas acudieran a los dos sepelios, e incluso hubo quien también asistió a los funerales en Oliva de Mérida. De hecho, las horas se fijaron para facilitar la asistencia de familiares, amigos o, simplemente vecinos. Porque todos se conocen y a todos duele una muerte, y más cuando se debe a un trágico accidente.
Matías Béjar conoció a María del Mar Sancho, natural de Salamanca, cuando estuvo trabajando un tiempo en Madrid, en una empresa de ambulancias de unos conocidos del pueblo. Una vez formalizada la relación, decidieron regresar juntos a Palomas. Como tantos en las zonas rurales de la región, él trabajaba en el sector de la construcción, pero si no había alguna obra se buscaba la vida en el campo. El tomate, la vendimia, la aceituna.... Su mujer no trabajaba en la actualidad, pero había estado contratada en dos ocasiones por el Ayuntamiento de la localidad en tareas de ayuda a domicilio, una labor para la que hay que tener una sensibilidad especial. «Eran muy queridos», apunta Francisco Ginés, alcalde de Palomas. «Buena gente y trabajadores».
El sábado de madrugada todos emprendieron camino temprano a tierras salmantinas para visitar a la madre de María del Mar. Tenían dos rutas posibles: por Oliva de Mérida y Villagonzalo, tras lo que accederían a Mérida, desde donde podían tomar la A-66 hacia Cáceres; o bien por Alange y Torremejía, donde existe una incorporación a la autovía unos kilómetros al sur de la capital autonómica. Quizá recorrían más distancia, pero también era más seguro. Pero se cree que desecharon esta opción por no pasar por Alange, que se encontraba en fiestas.
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de Gracia de Palomas se quedó pequeña para asistir al funeral, que fue oficiado por el arzobispo de Mérida-Badajoz, Santiago García Aracil, mientras las campanas seguían doblando. Con voz ronca, animó a los asistentes a permanecer unidos para superar la tragedia.
A la llegada al templo se vivieron las primeras escenas de dolor entre los familiares de Matías y María del Mar, que dejan tres hijos: María del Mar, de 18 años, Elizabeth, de 16, que fue testigo del accidente, y Santiago, de 14, el único superviviente del choque. Según recoge Europa Press, permanece en la UCI del Hospital de Mérida estable dentro de la gravedad. Los tres estudiaban en el instituto de Hornachos, una localidad donde también se ha sentido la tragedia.
Durante la misa, hubo familiares y seres queridos que no aguantaron la tensión y que abandonaron la iglesia para descargar sus lágrimas en un lugar más apartado. También fue necesaria la asistencia de la Cruz Roja a un hombre que sufrió una bajada de tensión.
Quizá fuera para él la ambulancia que, pocos minutos después del funeral de Palomas, pasó ante el tanatorio de Puebla de la Reina, donde buena parte de la localidad esperaba en torno a las 12.30 del mediodía para acompañar el cuerpo de Benigno Delgado, de 47 años de edad. También era querido y conocido por todos, ya que era el hijo del herrero del pueblo, fallecido hace años. Su madre aún vive, así como dos hermanos y una hermana. Trabajaba como albañil, aunque ocasionalmente realizaba labores del campo, y le gustaba la caza.
A la salida del tanatorio, Isabel, su viuda, deshecha por el dolor, casi se vino abajo. Además de ella y de su hijo Jesús, también deja una hija, María Isabel, de 26 años. Aunque hay un buen trecho hasta la parroquia de Santa Olalla, una numerosa comitiva acompañó al féretro a pie. Al llegar al templo, ya casi lleno, más gente esperaba en la plaza, donde aún permanecen las banderas de las fiestas locales. Terminaron el pasado viernes, aunque para Benigno y su familia aquella noche no hubo celebración, ya que tenían que salir muy temprano el sábado con destino a Salamanca. Pero la tragedia se cruzó en su camino. Un drama que ha marcado a las dos poblaciones, y a otras cercanas. «El 11-S aquí también se va a recordar», comentaba un vecino.
Dolor en Oliva de Mérida
Si multitudinarios fueron los funerales en Palomas y Puebla de la Reina, casi se puede calificar de masivo el sepelio que tuvo lugar en la iglesia de la Purísima Concepción de Oliva de Mérida. La población, de 1.900 habitantes, se volcó en la despedida de los cuatro jóvenes de la localidad que perdieron la vida en el accidente. Los hermanos Jorge y Luis Alberto Carroza Blanco, de 25 y 20 años, respectivamente; y María Nieves Gómez Pozo y Patricia Gómez Carroza, ambas de 18 años y primas entre sí.
Después de los momentos de tensión vividos en la jornada del sábado entre las familias, comprensibles por la impresión de lo ocurrido, ayer dieron una lección de unidad que fue secundada por todo el pueblo. Con la iglesia llena, los asistentes siguieron por megafonía desde la sombra que se podía encontrar a las afueras del templo la misa oficiada por el arzobispo Santiago García Aracil, quien a esa altura de la jornada ya tenía la voz prácticamente rota. El entierro se adelantó unos 20 minutos sobre el horario previsto, y a su conclusión, tras un gran aplauso, los féretros fueron llevados a hombros en silencio hasta el cementerio de la localidad.
Jorge y Luis Alberto Carroza Blanco, como muchos jóvenes de su edad, trabajaban en las tareas agrícolas, labrándose un futuro jornal a jornal. Dejan atrás a sus padres y a otros tres hermanos, un varón y dos chicas. Eran conocidos por todos en un pueblo en el que quien no guarda relación con ellos de forma directa sí había tratado a sus padres o hermanos.
En la madrugada del sábado regresaban de las fiestas de La Zarza junto a las primas María Nieves Gómez Pozo y Patricia Gómez Carroza. La primera había alcanzado la mayoría de edad esta misma semana, algo que esperaba celebrar el sábado junto a Soraya, otra amiga que cumplió años el viernes y que también estuvo de fiesta en La Zarza, pero que decidió regresar a casa más temprano. Su prima Patricia residía en Guareña desde hace cinco años. Tenía pensado irse a Madrid a trabajar. Cada una de las dos tenía otra hermana, menor de edad en ambos casos.
En los corrillos, a las puertas de la iglesia, los asistentes comentaban pormenores del accidente, o bien cómo se había enterado cada uno de la trágica noticia. «Para el pueblo y para las localidades de alrededor ha sido duro, porque son gente nueva, y el que más y el que menos tiene hijos de esas edades», comentaba una mujer, vecina de familiares de una de las jóvenes fallecidas. Sólo había lugar para el dolor y el lamento, porque tras una tragedia así poco importa de quién era la culpa de lo sucedido.
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