El Pentágono reconoció que al menos 12 militares conformaron un “equipo asesino” estarían implicados en este horroso caso difundido por una publicación que leen los familiares de los soldados enviados a Afganistán.
El gobierno y el ejército de los Estados Unidos enfrentan un nuevo escándalo después de conocerse que al menos 12 militares de las tropas de intervención en Afganistán habían conformado un equipo asesino que mataba al azar a civiles, mutilaba sus cuerpos y los guardaba como trofeos: dientes, dedos y hasta el cráneo de uno de los asesinados. “Mataban por deporte” a cualquier afgano y les decían a sus superiores que eran “terroristas peligrosos”, reveló la revista Army Times, próxima al Pentágono y vorazmente consumida por los militares y sus familias. La nota se conoció después de que el influyente The Guardian, de Londres, afirmara ayer que “el equipo asesino mataba por diversión”.
Forzado por la realidad, el portavoz del Pentágono, Geoff Morrell, se presentó ayer ante los periodistas acreditados en el Ministerio de Defensa, y admitió que las acusaciones son “muy graves”, aunque insistió en que “todavía no están plenamente probadas”. Los cargos presentados contra los soldados revelan detalles espeluznantes, más aberrantes aún que los casos de tortura y vejámenes registrados en 2004 en la cárcel iraquí de Abu Ghraib.
En un aparente intento por minimizar los hechos, Morrell dijo que “si las acusaciones son verdaderas, se trataría de una anomalía en términos de la conducta de nuestras fuerzas”. Y agregó: “No creo que esas acusaciones contra unos pocos individuos sean demostrativas y representativas del comportamiento o las actitudes de la fuerza entera.” A pesar de ello, el vocero del Pentágono reconoció que “el caso no ayuda a la imagen de nuestras fuerzas en el mundo” y, sea cual fuere el final, “el daño está hecho”.
El Pentágono conoció el caso en mayo, pero sin una explicación de las circunstancias en que habían muerto tres civiles entre 2009 y 2010 en la provincia de Kandahar, en el sur afgano, un tradicional bastión de los talibanes. A principios de junio pasado, cinco de los soldados acusados fueron arrestados, y en agosto se presentaron cargos contra otros siete. Sin embargo, todavía no se había dado una cuenta tan detallada de los hechos. Según la nueva información conocida ayer, el sargento Calvin Gibbs es el miembro de más alto rango del cuerpo acusado de “asesinato premeditado”.
En total, los 12 militares de la 5ª Brigada de Infantería enfrentan cargos por 76 delitos que incluyen conspiración, falsas declaraciones, asaltos y el consumo de drogas ilegales. Con seguridad, seis de ellos se guardaron partes de los cuerpos mutilados (dientes, un cráneo o huesos de dedos y piernas). Varios de ellos también tomaron fotografías de los muertos.
Los asesinatos se cometieron en diferentes ocasiones, en una especie de ataques sin objetivo militar con granadas y rifles.
La noticia llega en uno de los peores momentos para los intereses de los Estados Unidos en Afganistán.
A dos meses de que el Pentágono se viera forzado a relevar al comandante de las tropas de intervención (el general Stanley McChrystal), una semana después de que el actual jefe de operaciones, general David Petraeus, admitiera que “estamos perdiendo la batalla política”, y a sólo tres días de que el mismo Petraeus pidiera el envío de 2000 nuevos efectivos e instructores especiales para el ejército y la policía afganos. En este marco, la imagen de integridad de los soldados estadounidenses es decisiva para la estrategia del Pentágono y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Según Petraeus, la “misión en Afganistán sólo puede terminar exitosamente si nuestros efectivos se ganan a los civiles afganos en el terreno político, para así luchar de manera más efectiva contra la insurgencia de los talibanes”. Sin embargo, los permanentes bombardeos con aviones no tripulados, con su consecuente secuela de muerte, siguen minando la imagen de la tropa estadounidense.
El vocero del Pentágono dijo ayer que, al igual que en el caso Abu Ghraib, el juicio sólo alcanzará a los subalternos directamente implicados. <
Forzado por la realidad, el portavoz del Pentágono, Geoff Morrell, se presentó ayer ante los periodistas acreditados en el Ministerio de Defensa, y admitió que las acusaciones son “muy graves”, aunque insistió en que “todavía no están plenamente probadas”. Los cargos presentados contra los soldados revelan detalles espeluznantes, más aberrantes aún que los casos de tortura y vejámenes registrados en 2004 en la cárcel iraquí de Abu Ghraib.
En un aparente intento por minimizar los hechos, Morrell dijo que “si las acusaciones son verdaderas, se trataría de una anomalía en términos de la conducta de nuestras fuerzas”. Y agregó: “No creo que esas acusaciones contra unos pocos individuos sean demostrativas y representativas del comportamiento o las actitudes de la fuerza entera.” A pesar de ello, el vocero del Pentágono reconoció que “el caso no ayuda a la imagen de nuestras fuerzas en el mundo” y, sea cual fuere el final, “el daño está hecho”.
El Pentágono conoció el caso en mayo, pero sin una explicación de las circunstancias en que habían muerto tres civiles entre 2009 y 2010 en la provincia de Kandahar, en el sur afgano, un tradicional bastión de los talibanes. A principios de junio pasado, cinco de los soldados acusados fueron arrestados, y en agosto se presentaron cargos contra otros siete. Sin embargo, todavía no se había dado una cuenta tan detallada de los hechos. Según la nueva información conocida ayer, el sargento Calvin Gibbs es el miembro de más alto rango del cuerpo acusado de “asesinato premeditado”.
En total, los 12 militares de la 5ª Brigada de Infantería enfrentan cargos por 76 delitos que incluyen conspiración, falsas declaraciones, asaltos y el consumo de drogas ilegales. Con seguridad, seis de ellos se guardaron partes de los cuerpos mutilados (dientes, un cráneo o huesos de dedos y piernas). Varios de ellos también tomaron fotografías de los muertos.
Los asesinatos se cometieron en diferentes ocasiones, en una especie de ataques sin objetivo militar con granadas y rifles.
La noticia llega en uno de los peores momentos para los intereses de los Estados Unidos en Afganistán.
A dos meses de que el Pentágono se viera forzado a relevar al comandante de las tropas de intervención (el general Stanley McChrystal), una semana después de que el actual jefe de operaciones, general David Petraeus, admitiera que “estamos perdiendo la batalla política”, y a sólo tres días de que el mismo Petraeus pidiera el envío de 2000 nuevos efectivos e instructores especiales para el ejército y la policía afganos. En este marco, la imagen de integridad de los soldados estadounidenses es decisiva para la estrategia del Pentágono y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Según Petraeus, la “misión en Afganistán sólo puede terminar exitosamente si nuestros efectivos se ganan a los civiles afganos en el terreno político, para así luchar de manera más efectiva contra la insurgencia de los talibanes”. Sin embargo, los permanentes bombardeos con aviones no tripulados, con su consecuente secuela de muerte, siguen minando la imagen de la tropa estadounidense.
El vocero del Pentágono dijo ayer que, al igual que en el caso Abu Ghraib, el juicio sólo alcanzará a los subalternos directamente implicados. <
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