Llegan tiempos de vacas flacas. Los bancos y cajas se tambalean, por su mala cabeza. Crean una crisis. Y entonces los grandes neoliberales, los amantes del mercado, los reyes de la oferta y la demanda llaman a la puerta de papa Estado. Éste que ha leído (aunque sea mal) la fábula del Hijo Pródigo, les recibe con los brazos abiertos, les perdona sus barrabasadas y les ayuda. Les inyecta savia nueva (o sea dinero del contribuyente) y de nuevo las entidades financieras se levantan sobre sus ruinas. Eso sí, jurando como Scarlett O'Hara que no volverían a pasar hambre. O sea que el hambre la van a pasar los ciudadanos de a pie, que para eso ellos son el motor de la economía.
Bien, pues esto que ha sido de manera general como ha funcionado la crisis, en el caso de las Cajas de Ahorro, la cosa ha sido más grave, puesto que estas entidades que eran públicas y que deberían cumplir con la primera premisa de un ente público que es servir al bien común, son las que más tocadas han llegado a la crisis. Y, para colmo, no sólo se les ha dado dinero para que levanten la cabeza, sino que además se ha hecho con el compromiso de que se privaticen. Total, yo estoy casi en la ruina, llega papa Estado me da dinero para que me levante y cuando estoy en condiciones, saneada, salgo al mercado para que me compre el mejor postor, dejando de ser pública mi función y proporcionando los beneficios a mi nuevo amo.
Y esto ha pasado con Caja Madrid, que por su mala cabeza andaba fatal (por su mala cabeza y el politiqueo que se ha permitido en ella), el Estado ha tomado cartas en el asunto, y a cambio de darle la ayuda necesaria, le ha impuesto una fusión con otras cajas menores y su privatización. La nueva institución se llama Bankia y está a punto de estrenarse en bolsa.
Naturalmente con esta nueva marca, Bankia, ya se han empezado a arreglar cuestiones capilares. Todavía no ha llegado el momento de facilitar el crédito a las pequeñas empresas, o de dar facilidades a quienes tienen problemas para pagar hipotecas, o de entregar a alquileres bajos parte del parque de viviendas que han recogido de los impagos hipotecarios. No, todo eso es poco importante. Lo primero es lo primero. Y, por supuesto, lo primero es el sueldo de los directivos. Porque, ¿cómo es posible que una empresa flamante, recién privatizada y con ansias de conquistar el mundo, pague a los directivos sueldos normales? Hasta ahí podíamos llegar.
Así es que el presidente de Bankia, el famoso Rodrigo Rato --el nuevo rey del mambo que puso al frente de CajaMadrid, la lideresa reinona, Espe Aguirre--, lo primero que ha hecho es valorar sus servicios y los de sus colaboradores más cercanos. Y para ello ha decidido blindarse –no vaya a ser que las cosas no salgan bien— con un “mísero” salario de cerca de 3,64 millones de euros al año. O sea, perdónenme pero si no no me hago idea, unos seiscientos millones de pesetas que son cincuenta millones al mes. Ahora sí que Bankia gana prestigio. Su presidente se equipara, al menos en sueldo, con el gran Botín.
Méritos tiene muchos el bueno de Rato. Este buen hombre de noble y alta cuna fue vicepresidente con Aznar, máximo responsable de la burbuja inmobiliaria, se encargó de “librar a España” --de esa tarea tan inútil como perniciosa-- de tener empresas públicas rentables. Así que privatizó: Argentaria, Tabacalera, Telefónica, Endesa, Repsol, entre otras. Como pueden ver ustedes “las empresas más pobres y que menos beneficios daban”.
Luego, pudo ser sucesor del rey de los abdominales, pero perdió ante Rajoy. Más tarde, fue nombrado director del FMI, sin que viera ni de lejos la crisis que se cernía sobre el planeta, cuando ya todo el mundo. menos Zapatero, sabía lo que se avecinaba. Posteriormente, su querida amiga, la lideresa madrileña, le nombró presidente de CajaMadrid
En fin, no me dirán ustedes que no tiene méritos. Esos méritos, justo esos, son los que le hacen ser valedor de Los Mercador y tener un sueldo “digno”, como máximo mandatario de su última privatización CajaMadrid, ahora llamada Bankia. Y es que lo único nuevo que sabemos es que en Bankia hay para Rato. Lo demás, ¡qué importa!
Salud y República
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