Durante las últimas semanas se ha venido repitiendo en las manifestaciones callejeras y en los medios de comunicación la idea de que el sistema político con el que nos organizamos no es una democracia, a pesar de que oficialmente posea ese nombre. "Lo llaman democracia y no lo es" afirma un eslogan. "¡Democracia Real Ya!" exige otro.
Esta afirmación parece irrebatible. "Democracia" significa, tradicional y etimológicamente, sistema de organización política en el cual el poder lo ejerce el pueblo. Normalmente por "el pueblo" se entiende "todo el mundo". Es decir, la democracia sería un sistema en el que cada ciudadano participa en la misma proporción en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, como muy bien hacen notar los convocantes y portavoces de los manifestantes, el funcionamiento de nuestro sistema político dista mucho de ser democrático. Se critica -no sin razón- el sistema de partidos, las listas cerradas de los mismos, los métodos electorales, la ausencia de referendums y, en otro plano no menos importante, la falta de independencia del poder judicial. Estas deficiencias provocan que los ciudadanos no puedan apenas ejercer el poder, sino que éste queda en manos de pequeños grupos -partidos políticos, banqueros, etc.
Lo que se pide es, por tanto, un cambio en las reglas de juego, en las leyes fundamentales, para que esos pequeños grupos de poderosos dejen de tomar ellos solos las decisiones políticas, sin contar con el resto de ciudadanos.
Lo que se pide es, por tanto, un cambio en las reglas de juego, en las leyes fundamentales, para que esos pequeños grupos de poderosos dejen de tomar ellos solos las decisiones políticas, sin contar con el resto de ciudadanos.
Con ese cambio en las reglas de juego, el poder pasaría a manos del pueblo, es decir, de todos, y entonces es cuando podríamos hablar de democracia real.
La argumentación parece sencilla y convincente pero no vendría mal, antes de lanzarnos a la calle con nuestras pancartas, visualizar, intentando ser todo lo realistas que podamos, cómo sería un país en el que se pusieran en práctica esas nuevas reglas de juego, las reglas de juego gracias a las cuales este juego pasaría a llamarse "Democracia" en vez de "Partitocracia" -o como diablos le queramos llamar a lo que jugamos ahora.
Para ello, proponemos primero una fábula. Más adelante daremos un paso más en complejidad y realismo y trataremos de imaginar un mundo futuro real protagonizado por ciudadanos reales y no por animales que hablan. Pero las fábulas poseen la ventaja de esquematizar magníficamente algunos problemas humanos, presentándolos en toda su crudeza. Por eso quizá sea buena idea empezar con una.
Lobos y corderos
En un verde valle vivían varios centenares de corderos y una manada de lobos. Cuando tenían hambre, los lobos bajaban de sus madrigueras a los pastos y daban caza a unos cuantos corderos. Los desdichados herbívoros, hartos de tanto sufrimiento, convocaron a los lobos a una reunión. Allí decidieron votar una Ley por la cual a partir de ese momento el verde valle sería gobernado democráticamente entre todos, lobos y corderos. El Sí obtuvo más de un noventa por ciento de los votos. A partir de ese momento se estableció solemnemente la República Democrática del Verde Valle, compuesta por corderos y lobos como ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones. A continuación se convocó un referéndum para aprobar la siguiente ley "Ningún ciudadano podrá comer a otro bajo ninguna circunstancia. Quien así actúe será condenado a pena de muerte." De nuevo, el Sí obtuvo un apoyo masivo.
Los corderos volvieron a sus pastos, balando alegremente, felices de que por fin las reglas de juego fuesen democráticas en ese valle. A partir de ese día todos, lobos y corderos, comerían hierba y convivirían en paz. Los lobos se retiraron a sus madrigueras, tristes por la derrota electoral. Aun no había amanecido cuando muchos de ellos empezaron a sentir hambre. Los lobeznos gemían pidiendo comida a sus madres. Probaron a comer hierba, pero, aparte de que les sabía asquerosa, sus estómagos eran incapaces de digerirla. Así que, poseídos por un hambre atroz, aullaron con vehemencia, con el pelo erizado y los colmillos iluminados por la luna.
A la mañana siguiente, una docena de corderos aparecieron cruelmente devorados y ninguna de los supervivientes se atrevió a acudir a la madriguera de los lobos para buscar y ejecutar a los culpables, tal y como estipulaba la ley.
No obstante, decidieron seguir manteniendo vigente la República Democrática del Valle Verde. Mejor era eso que nada. Y, quién sabe, igual con el tiempo las cosas iban mejorando, igual con el tiempo los lobos iban comprendiendo que la democracia hay que respetarla.
Banqueros desobedientes.
Pasemos ahora de las fábulas al mundo real de los ciudadanos de este país. Imaginemos que las protestas callejeras se hacen tan masivas y pertinaces que finalmente se aprueban las nuevas reglas de juego democrático y se logra abrir eso que llaman un proceso constituyente. Se aprueba una nueva Constitución en la que se establece, entre otras muchas leyes realmente democráticas, un protocolo para que todos los cambios legislativos y las decisiones no rutinarias del Ejecutivo sean votadas en referendums vinculantes.
Así que se somete a referéndum una de las medidas más demandadas por los manifestantes. "Prohibición de cualquier tipo de rescate o inyección de capital a entidades bancarias y devolución a las arcas públicas por parte de los bancos de todo capital público aportado."
Ahora supongamos que a los banqueros no les gusta nada esta medida -lo lógico es pensar que, en efecto, no les gustará nada.
Pues bien, los banqueros podrán hacer dos cosas:
-Evitar que gane el "Sí".
A primera vista es algo que parece difícil. A casi nadie le gusta tener que pagar con sus escasos ahorros los supuestos o reales descalabros económicos de unos pocos banqueros. Si cada ciudadano votase lo que realmente le interesa, el "Sí" ganaría por aplastante mayoría.
Pero los banqueros tienen algo que no tienen los demás ciudadanos: mucho dinero. Con mucho dinero se pueden comprar medios de comunicación, se puede comprar a famosos, a gente con mucho gancho entre el pueblo. Se pueden comprar manifestantes. Se pueden comprar alborotadores y gente dispuesta a matar. Hay un montón de cosas que pueden lograr que la gente vote en contra de sus intereses y todas ellas se pueden comprar si se tiene dinero. Hasta la mente más crítica y desconfiada puede picar y votar "No" a esa medida si su periódico de izquierdas le ofrece las imágenes de un atentado terrorista de los partidarios del "Sí" en las que aparecen varios niños cruelmente asesinados.
-Si gana el Sí, evitar que se cumpla la ley.
Supongamos que, pese a todo el empeño y el dinero invertidos para evitarlo, los banqueros no evitan que gane el "Sí".
Cuando la ley dice que tienes obligatoriamente que hacer o dejar de hacer algo, una siempre puede cruzarse de brazos y decir ¿Ah, sí? ¿Y quién me va a obligar? Entonces, puede pasar que el estado ponga en marcha mecanismos más o menos legales para obligarte: multas, cárcel, golpes, etc. Entonces yo podría seguir negándome a pagar la multa y a ir a la cárcel, o podría incluso defenderme de los porrazos dando más porrazos. Pero es evidente que el equilibrio de fuerzas es abrumadoramente desfavorable para mí. Yo, una simple ciudadana, no puedo hacer frente a un furgón de policías armados. Las escenas de desahucios son muy elocuentes.
Imaginemos ahora que son los banqueros los que se niegan a cumplir lo aprobado en referéndum. ¿Cómo podemos obligarles a devolver el dinero público que se les ha dado? Aquí el problema es mucho más difícil, porque los grandes banqueros no son ciudadanos corrientes, son muy poderosos. Pueden sobornar a jueces y corromper a policías, pueden fugarse en un jet privado, pueden contratar a un ejército privado (Blackwater es un ejército privado), pueden pagar a uno o varios gobiernos de otros países para que les ayuden, pueden dar un gope de estado... Pero no solo eso. Unos pocos banqueros pueden decidir arruinar completamente a un país, y utilizar esto como chantaje.
Los ciudadanos de esta historia se enfrentarán así a un serio problema: no pueden obligar a los banqueros a cumplir la ley, porque los banqueros son demasiado poderosos.
Moraleja
Tanto la fábula como la historia tienen una moraleja. Y es que la democracia real no se consigue cambiando las reglas de juego, porque de nada sirven unas reglas de juego equitativas si no existe ningún medio efectivo de hacerlas respetar. La democracia no consiste solamente en leyes iguales para todos. A un sistema de leyes iguales para todos se le denomina isonomía. La isonomía es una condición necesaria pero no suficiente de la democracia. Una democracia exige que haya leyes iguales para todos, pero con sólo leyes iguales para todos no se logra la democracia. Esa democracia sería una democracia formal, no una democracia real.
Para decirlo de otro modo: las leyes no cambian la realidad, es la realidad la que cambia las leyes.
El hecho de que en un libro esté escrita una ley no puede por sí solo cambiar el mundo fuera de ese libro.
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Así pues, la democracia real consiste en un reparto equitativo de poder. Es ese reparto de poder el que conlleva unos derechos iguales, y no al revés, ya que, al no ser nadie más poderoso que los demás, no podrá imponer unas leyes que no sean equitativas.
Nuestros manifestantes no es que pretendan vender la piel del oso antes de cazarlo, es que pretenden que vender la piel es el medio de cazar el oso.
El problema con los lobos y los banqueros es que ellos, aunque formalmente tengan los mismos derechos que los demás, realmente tienen mucho más poder que los demás, los primeros en forma de fuerza y colmillos y los segundos en forma de grandes sumas de capital. La democracia real del valle verde exigiría privar a los lobos de su fuerza y sus colmillos, o bien dotar de la misma fuerza y los mismos colmillos a los corderos. Y la democracia real de nuestro valle de lágrimas exigiría acabar con la acumulación de capital.
Es por ello que democracia real y sistema capitalista es como lobo herbívoro, un oxímoron. Sin la desaparición previa del capitalismo, no hay democracia real que valga.
Así pues, Democracia real ¿ya? No, ya es demasiado pronto. Primero, es preciso el socialismo. Sin socialismo, no puede haber democracia real. Así pues, ¡Socialismo Real Ya!
La argumentación parece sencilla y convincente pero no vendría mal, antes de lanzarnos a la calle con nuestras pancartas, visualizar, intentando ser todo lo realistas que podamos, cómo sería un país en el que se pusieran en práctica esas nuevas reglas de juego, las reglas de juego gracias a las cuales este juego pasaría a llamarse "Democracia" en vez de "Partitocracia" -o como diablos le queramos llamar a lo que jugamos ahora.
Para ello, proponemos primero una fábula. Más adelante daremos un paso más en complejidad y realismo y trataremos de imaginar un mundo futuro real protagonizado por ciudadanos reales y no por animales que hablan. Pero las fábulas poseen la ventaja de esquematizar magníficamente algunos problemas humanos, presentándolos en toda su crudeza. Por eso quizá sea buena idea empezar con una.
Lobos y corderos
En un verde valle vivían varios centenares de corderos y una manada de lobos. Cuando tenían hambre, los lobos bajaban de sus madrigueras a los pastos y daban caza a unos cuantos corderos. Los desdichados herbívoros, hartos de tanto sufrimiento, convocaron a los lobos a una reunión. Allí decidieron votar una Ley por la cual a partir de ese momento el verde valle sería gobernado democráticamente entre todos, lobos y corderos. El Sí obtuvo más de un noventa por ciento de los votos. A partir de ese momento se estableció solemnemente la República Democrática del Verde Valle, compuesta por corderos y lobos como ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones. A continuación se convocó un referéndum para aprobar la siguiente ley "Ningún ciudadano podrá comer a otro bajo ninguna circunstancia. Quien así actúe será condenado a pena de muerte." De nuevo, el Sí obtuvo un apoyo masivo.
Los corderos volvieron a sus pastos, balando alegremente, felices de que por fin las reglas de juego fuesen democráticas en ese valle. A partir de ese día todos, lobos y corderos, comerían hierba y convivirían en paz. Los lobos se retiraron a sus madrigueras, tristes por la derrota electoral. Aun no había amanecido cuando muchos de ellos empezaron a sentir hambre. Los lobeznos gemían pidiendo comida a sus madres. Probaron a comer hierba, pero, aparte de que les sabía asquerosa, sus estómagos eran incapaces de digerirla. Así que, poseídos por un hambre atroz, aullaron con vehemencia, con el pelo erizado y los colmillos iluminados por la luna.
A la mañana siguiente, una docena de corderos aparecieron cruelmente devorados y ninguna de los supervivientes se atrevió a acudir a la madriguera de los lobos para buscar y ejecutar a los culpables, tal y como estipulaba la ley.
No obstante, decidieron seguir manteniendo vigente la República Democrática del Valle Verde. Mejor era eso que nada. Y, quién sabe, igual con el tiempo las cosas iban mejorando, igual con el tiempo los lobos iban comprendiendo que la democracia hay que respetarla.
Banqueros desobedientes.
Pasemos ahora de las fábulas al mundo real de los ciudadanos de este país. Imaginemos que las protestas callejeras se hacen tan masivas y pertinaces que finalmente se aprueban las nuevas reglas de juego democrático y se logra abrir eso que llaman un proceso constituyente. Se aprueba una nueva Constitución en la que se establece, entre otras muchas leyes realmente democráticas, un protocolo para que todos los cambios legislativos y las decisiones no rutinarias del Ejecutivo sean votadas en referendums vinculantes.
Así que se somete a referéndum una de las medidas más demandadas por los manifestantes. "Prohibición de cualquier tipo de rescate o inyección de capital a entidades bancarias y devolución a las arcas públicas por parte de los bancos de todo capital público aportado."
Ahora supongamos que a los banqueros no les gusta nada esta medida -lo lógico es pensar que, en efecto, no les gustará nada.
Pues bien, los banqueros podrán hacer dos cosas:
-Evitar que gane el "Sí".
A primera vista es algo que parece difícil. A casi nadie le gusta tener que pagar con sus escasos ahorros los supuestos o reales descalabros económicos de unos pocos banqueros. Si cada ciudadano votase lo que realmente le interesa, el "Sí" ganaría por aplastante mayoría.
Pero los banqueros tienen algo que no tienen los demás ciudadanos: mucho dinero. Con mucho dinero se pueden comprar medios de comunicación, se puede comprar a famosos, a gente con mucho gancho entre el pueblo. Se pueden comprar manifestantes. Se pueden comprar alborotadores y gente dispuesta a matar. Hay un montón de cosas que pueden lograr que la gente vote en contra de sus intereses y todas ellas se pueden comprar si se tiene dinero. Hasta la mente más crítica y desconfiada puede picar y votar "No" a esa medida si su periódico de izquierdas le ofrece las imágenes de un atentado terrorista de los partidarios del "Sí" en las que aparecen varios niños cruelmente asesinados.
-Si gana el Sí, evitar que se cumpla la ley.
Supongamos que, pese a todo el empeño y el dinero invertidos para evitarlo, los banqueros no evitan que gane el "Sí".
Cuando la ley dice que tienes obligatoriamente que hacer o dejar de hacer algo, una siempre puede cruzarse de brazos y decir ¿Ah, sí? ¿Y quién me va a obligar? Entonces, puede pasar que el estado ponga en marcha mecanismos más o menos legales para obligarte: multas, cárcel, golpes, etc. Entonces yo podría seguir negándome a pagar la multa y a ir a la cárcel, o podría incluso defenderme de los porrazos dando más porrazos. Pero es evidente que el equilibrio de fuerzas es abrumadoramente desfavorable para mí. Yo, una simple ciudadana, no puedo hacer frente a un furgón de policías armados. Las escenas de desahucios son muy elocuentes.
Imaginemos ahora que son los banqueros los que se niegan a cumplir lo aprobado en referéndum. ¿Cómo podemos obligarles a devolver el dinero público que se les ha dado? Aquí el problema es mucho más difícil, porque los grandes banqueros no son ciudadanos corrientes, son muy poderosos. Pueden sobornar a jueces y corromper a policías, pueden fugarse en un jet privado, pueden contratar a un ejército privado (Blackwater es un ejército privado), pueden pagar a uno o varios gobiernos de otros países para que les ayuden, pueden dar un gope de estado... Pero no solo eso. Unos pocos banqueros pueden decidir arruinar completamente a un país, y utilizar esto como chantaje.
Los ciudadanos de esta historia se enfrentarán así a un serio problema: no pueden obligar a los banqueros a cumplir la ley, porque los banqueros son demasiado poderosos.
Moraleja
Tanto la fábula como la historia tienen una moraleja. Y es que la democracia real no se consigue cambiando las reglas de juego, porque de nada sirven unas reglas de juego equitativas si no existe ningún medio efectivo de hacerlas respetar. La democracia no consiste solamente en leyes iguales para todos. A un sistema de leyes iguales para todos se le denomina isonomía. La isonomía es una condición necesaria pero no suficiente de la democracia. Una democracia exige que haya leyes iguales para todos, pero con sólo leyes iguales para todos no se logra la democracia. Esa democracia sería una democracia formal, no una democracia real.
Para decirlo de otro modo: las leyes no cambian la realidad, es la realidad la que cambia las leyes.
El hecho de que en un libro esté escrita una ley no puede por sí solo cambiar el mundo fuera de ese libro.
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Así pues, la democracia real consiste en un reparto equitativo de poder. Es ese reparto de poder el que conlleva unos derechos iguales, y no al revés, ya que, al no ser nadie más poderoso que los demás, no podrá imponer unas leyes que no sean equitativas.
Nuestros manifestantes no es que pretendan vender la piel del oso antes de cazarlo, es que pretenden que vender la piel es el medio de cazar el oso.
El problema con los lobos y los banqueros es que ellos, aunque formalmente tengan los mismos derechos que los demás, realmente tienen mucho más poder que los demás, los primeros en forma de fuerza y colmillos y los segundos en forma de grandes sumas de capital. La democracia real del valle verde exigiría privar a los lobos de su fuerza y sus colmillos, o bien dotar de la misma fuerza y los mismos colmillos a los corderos. Y la democracia real de nuestro valle de lágrimas exigiría acabar con la acumulación de capital.
Es por ello que democracia real y sistema capitalista es como lobo herbívoro, un oxímoron. Sin la desaparición previa del capitalismo, no hay democracia real que valga.
Así pues, Democracia real ¿ya? No, ya es demasiado pronto. Primero, es preciso el socialismo. Sin socialismo, no puede haber democracia real. Así pues, ¡Socialismo Real Ya!
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