No mienten quienes dicen que la celebración de referendos no es garantía de democracia. Por ejemplo, en España en 2005 se celebró un referendum sobre la llamada “Constitución europea”. El Estado lanzó una campaña informativa para que la ciudadanía supiera qué votaba. En televisiones y radios se emitieron estas cuñas que, insisto, no eran pidiendo el sí, sino la campaña institucional; no eran propaganda sino, supuestamente, información:
Lo que votábamos, este modelo de Unión Europea, era la garantía de democracia, de libertad, de solidaridad entre los Estados miembros. Se votaba entre el Bien y el Mal. Y la gente votó el Bien. El bloqueo institucional y mediático a quien se salía del guion (IU y partidos nacionalistas de izquierdas) convirtió en España el referendum en una pantomima; en otros países sí funcionó pero se convirtió en pantomima retroactiva al aprobar un Tratado de Lisboa idéntico pero sin consulta popular para que no hubiera nuevos errores. Aquí algunos nos quedamos en solitario denunciando que era un texto para profundizar en una Europa cada vez más neoliberal y cada vez menos democrática, valga la redundancia.
No era una novedad. Ya en 1992 y 1993 caracterizaron a Julio Anguita (hasta entonces el político mejor valorado en todas las encuestas) como un loco: en los famosos guiñoles de Canal + era siempre un Quijote que veía gigantes donde sólo había molinos. IU era una fuerza radical y ortodoxa porque denunciaba que el Tratado de Maastricht iniciaba el camino hacia una Europa de “los mercados” (entonces se decía “de los mercaderes”) frente a la Europa de los ciudadanos a la que aspirábamos. Ya entonces IU reclamaba que una decisión tan trascendente se tomase mediante referendum. Y entonces se alimentó desde los medios una cara amable de la izquierda, una menos ortodoxa, una con los pies en el suelo, más moderna y flexible… Eran quienes decían que había que dar un sí a Maastricht en el Parlamento y que pedir un referendum era mear fuera de tiesto. Decían, eso sí, que su sí era un sí crítico.
No sé cómo de crítico era aquel sí. López Garrido era quien encarnaba la operación y pasó de aquel sí crítico a una retahíla inagotable de cargos en el PSOE hasta ser ahora Secretario de Estado para la Unión Europea, de esa Unión Europea a la que daba un sí tan crítico. Hoy encarna el máximo ridículo argumental al servicio de las cúpulas de poder, de Merkel y Sarkozy y las bancas europeas tras rechazar el referendum con el que amenazaba el trilero Papandreu con un “los referendums son para las reformas constitucionales”. Sí, “los referendums son para las reformas constitucionales” apenas un par de meses después de haber aprobado una reforma constitucional en España sin referendum también al servicio también de Merkel, Sarkozy y las bancas europeas.
El descrédito de López Garrido es hoy absoluto, ya no juega el papel amable que tuvo y simplemente cobra su recompensa hasta que le llegue una improbable jubilación. Otras personas que jugaron papeles parecidos, como Rosa Aguilar, apenas mantuvo el crédito de tan obsceno que fue su amor a la poltrona. Sus créditos personales están agotados pero no lo está el de la operación de denuncia de la supuesta ortodoxia, la dureza, la antigüedad de que quienes intenten ser coherentes cuando señalan que hay otras formas políticas posibles en las que sí sea el pueblo quien tome el poder frente a los mercados de hoy a los que llamábamos mercaderes hace poco. Esa jugada será intentada una y otra vez bajo la promesa de que esta vez no es como antes, que esta vez sí es algo fresquito y moderno.
Hoy, afortunadamente, hay una sociedad en la calle que, sin identificarse necesariamente con una opción partidaria pero que hace muy difícil caracterizar como ortodoxas o rancias las propuestas que están en las calles, en las asambleas, en las plazas. Cabe sólo señalarlas como guiños, como si hubiera propuestas que no llevaran en los programas, discursos y propuestas muchos años. También es muy difícil ver el pánico a la democracia en defensa del IBEX y de los bancos acreedores que hemos visto en los gobiernos europeos, en el PSOE y en el PP y decir que los gigantes no son más que molinos.
En 2005 quienes denunciábamos que aquellos anuncios eran una manipulación bochornosa parecíamos llorones que no queríamos que la gente votara el Bien. Hoy ningún gobernante sería tan patán de intentar convencernos de que la crítica a esta UE es una renuncia a la democracia, la libertad, la solidaridad entre los Estados miembros… sino más bien alcontrario. Lo que hace muy poquito aparecía como una locura hoy emerge como una verdad difícilmente cuestionable. No es la victoria, pero es un buen primer paso.
http://blogs.tercerainformacion.es/iiirepublica/2011/11/04/no-eran-molinos-son-gigantes/
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