El término “terrorista” es un sustantivo muy repetido en los grandes medios internacionales, y es aplicado por lo general a quien emplea la violencia, al margen del estado, para conseguir un fin político. Pero para las grandes empresas informativas, el haber confesado públicamente crímenes como la voladura de un avión en pleno vuelo, con 73 víctimas, no es suficiente para aplicar a sus autores la categoría de “terroristas”.
Es el caso de los ciudadanos de origen cubano Luis Posada Carriles y el recientemente fallecido Orlando Bosch, a los que los grandes medios –casi sin excepción- prefieren denominar “milicianos”, “opositores”, “exiliados”, “militantes o activistas anticastristas”, o incluso “disidentes”.
En los medios de Miami, estos eufemismos pasan, directamente, a una abierta apología de su historial terrorista. Tras la muerte de Orlando Bosch, el diario El Nuevo Herald –actual socio comercial del diario español El País, con el que se vende conjuntamente en Miami- dedicaba un gran espacio a la exaltación del terrorista, bajo el título “Exiliados muestran pesar por la muerte de Bosch”.
MURIÓ SIN SER JUZGADO POR SUS CRÍMENES
En el texto, el presidente de la Fundación Nacional Cubanoamericana lo calificaba como “luchador por la democracia”; el director del llamado Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, que conmemora “medio siglo de lucha armada contra Castro”, afirmaba que con el fallecido le “uniría (para siempre) el amor a la patria”; Pedro Roig, de la Universidad de Miami, calificaba a Bosch como “un gran patriota”; y la presidenta del Comité de Relaciones Exteriores del Congreso de EEUU, Ileana Ros-Lehtinen, le escribía una emotiva carta de despedida en la que le calificaba de “combatiente”.
El doble rasero a la hora de etiquetar o no como “terrorista” a quienes practican la violencia política al margen del estado, es aplicable a otras figuras de la contrarrevolución cubana. Entre los últimos presos que ha liberado el gobierno cubano y que han llegado a territorio español, al menos 7 cumplían condena por sabotajes, atentados o piratería.
Es el caso de Efraín Rivas, que ametralló, en 1996, un hotel de la cadena Sol Meliá en Varadero. Agencias y medios, lejos de etiquetarle como “terrorista”, lo denominan “preso que participó en una infiltración armada anticastrista”.
CULPABLE DEL ASESINATO DE 76 CIVILES: ABSUELTO EN MIAMI
Otro caso curioso es el del también expreso Néstor Rodríguez Lobaina, quien a pocos días de llegar a territorio español, denunciaba al ejecutivo de Madrid y a la Cruz Roja por la lentitud en el pago de su ayuda económica mensual, así como por trasladarle en autobús hasta su destino final en la ciudad de Málaga.
También acusaba a gobierno y medios españoles de “silenciarle”. Pues bien, las actividades en Cuba de este ruidoso “disidente” eran financiadas desde Miami, entre otros, por Humberto Illa, coordinador de la llamada Convención Internacional Anticomunista.
Illa es un fanático paramilitar, miembro del grupo terrorista Alfa 66, se autodefine como nazi y a través de Facebook hace llamados constantes al asesinato de todo aquel que considera “comunista”. En su Facebook se puede leer cómo declara abiertamente que estuvo enviando dinero a Nestor Rodríguez Robaina y a otros miembros de la llamada “oposición” cubana.
Los mismos medios que, al instante, etiquetan como “terrorista” a quienes ejercen la violencia desde determinadas posiciones ideológicas, prefieren los eufemismos cómplices cuando deben informar sobre criminales de origen cubano con los que comparten su enemistad con el gobierno de la Isla.
Sobre la conexión de supuestos “expresos de conciencia” cubanos con terroristas y nazis de Miami, prefieren no decir ni media palabra.
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