No, no se trata de Mickey Mouse. No es un ratón. El Ratón es el apodo de un toro bravo. Un toro especial, con un currículo que espanta. En cinco años ha matado a tres personas y herido a unas cuantas. Pero no, no seré yo quien le llame toro asesino, eso se queda para quienes le provocan, consienten jugar con él a la muerte, y luego le califican como tal.
Este verano, a falta de incendios, abrir el telediario, además de esa indeseable visita papal, ha sido corriente ver alguna cogida grave de algún toro bravo, bien en una corrida o en alguna fiesta típica o en un encierro. Unos pocos muertos, y unas decenas de heridos. Total, la culpa, ya lo saben, es del toro, que es el que enviste.
Pero todos esos espectáculos salvajes, teniendo un morbo indeseable no son comparables al espectáculo que da El Ratón. Un toro de Sueca, de diez años, que en los últimos tiempos ha matado a tres personas –una este año—, y tiene en su haber unos cuantos heridos.
Un toro al que se le saca a la plaza para que pille a quien pueda, que lleva cinco años haciendo lo mismo y que va al bulto, o sea, directamente a la persona. Maleado, con experiencia, una experiencia que ha adquirido a base de putearle y de provocarle. Un espectáculo odioso que congrega cantidad de gente, deseosa de que haya alguna víctima, de ver alguna cogida grave, gente encantadora.
Pues bien, a pesar de haber matado a una persona este año, nadie impide que este toro siga haciendo las delicias de los morbosos que pagan cantidades importantes por verle. La semana que viene vuelve a su ciudad de origen, Sueca, y allí le esperan con los brazos abiertos, como a un héroe, esperando volver a exponerse ante él, sabiendo el peligro que se corre. Han agrandado la plaza y ya se pueden sacar las entradas a 12 euros. ¿Puede haber algo más barato que ver por 12 euros que un toro mata o hiere a algún espontáneo estúpido?
Y no perdamos de vista, que entre las maravillosas fiestas donde el toro es el centro, la víctima, y la adrenalina popular corre a costa de su vida, la semana que viene toca fiestas en Tordesillas. Ya saben, esa ciudad vallisoletana que todos los años, por estas fechas, decide masacrar violentamente a un morlaco –el Toro de la Vega--, que atado con cuerdas apenas puede defenderse, premiando al jinete que consigue con un golpe de gracia (una vara con punta de acero) acertar de terminar de desangrar al bovino. Un acto de psicopatía colectiva. Todo una maravillosa fiesta, digna de una sociedad civilizada, de una sociedad que permite todavía que la sangre, la violencia, el crimen animal, y que disfruta con la tortura de un ser vivo.
Y como siempre nuestras queridas autoridades mirando a otro lado, cuando no, declaran Fiesta Nacional estas actividades salvajes.
A este paso, con el fin de superar ese subidón de adrenalina, llegaremos a ver a toros torturando a algún ciudadano “valiente”, envistiéndole hasta que su cuerpo esparcido por la arena no admita más carnicería. Y, hasta es posible, que fuera una justa compensación el cambio de víctima.
Salud y Repúblicahttp://rafa-almazan.blogspot.com/
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