Semana horribilis
Esta ha sido una semana triste para mí: el entierro de Fraga y el juicio a Garzón son la misma cosa en realidad, la constatación de que el franquismo no sólo ganó la guerra, gobernó España con una dictadura, no pidió perdón, nadie fue investigado ni acusado o condenado y, además, más de 30 años después de su final, el franquismo sociológico ha ganado también la batalla de la memoria, está presente y fuerte en muchas instituciones del estado y combate duramente para no ser desalojado; no está en retirada y en muchas cuestiones lleva la iniciativa.
Yo no voy a ir a escupir a la tumba de Fraga, no deseaba ni dejaba de desear que se muriera; ese anciano a estas alturas me daba igual. Todo el mundo tiene derecho a cambiar y él también. Sólo que él no cambió, simplemente se acomodó cuando el final del franquismo era simplemente inevitable y luchó por tener un papel en el nuevo sistema. Pero jamás se arrepintió de haber tenido un papel protagonista en una dictadura horrible; jamás se arrepintió de su propio papel en las muertes y humillaciones que causó el franquismo y tampoco se arrepintió de su implicación directa en algunas muertes ocurridas ya en democracia. Jamás expresó una sola palabra que pudiera parecerse a un perdón. Ellos no hacen eso, ellos jamás piden perdón por nada; ellos jamás reconocen culpas, es parte de su ideología autoritaria.
Fraga salió del franquismo impoluto y con todos los honores, como no salieron los que combatieron por la democracia y la libertad. No colaboró en la llegada de la democracia, como se ha dicho, simplemente buscó su hueco, fue más listo que otros y sacó buen provecho de eso. Atravesó varias décadas de democracia manteniendo y acrecentando con mucho esos honores. Soy realista; a su muerte era exconstituyente, ex Presidente de la Xunta, ex diputado y senador. Ya comprendo que no le iban a tirar a una cuneta (dónde sí que están tirados los antifascistas). Pero verlo convertido, por los medios y por casi toda la clase política, en padre de la patria, en adalid de la democracia y en defensor de nuestras libertades, ha sido excesivo, un dislate total. Fraga tenía derecho a morirse en paz, a ser enterrado en paz y a recibir los honores que los suyos quisieran brindarle. Pero se ha intentando hacer comulgar a toda la ciudadanía con el reconocimiento a un viejo fascista.
Y es que ellos están ahí. Los que convierten a Fraga en un héroe de la democracia, son los que ponen nombres de asesinos a las calles, los que se niegan a condenar el golpe fascista del 36, los que se niegan a que los perdedores puedan enterrar a sus muertos –estos sí defensores de la democracia-. Están en muchos medios de comunicación, están en el parlamento, en el PP, están en todas las instituciones y están también en la judicatura; y libran cada una de sus batallas con empeño pertinaz. Y acabar con Garzón es parte de esta batalla. No importa que todo el mundo vea hasta qué punto la justicia ha dejado de ser justicia y hasta qué punto pueden torcerse las leyes o incluso lo poco que importa acabar con la propia imagen de la justicia. Eso a ellos les da exactamente igual. Y una de las razones de que sigan ahí y de que sigan tan fuertes es que la izquierda mayoritaria ha renunciado también a esto. A su/nuestra memoria, a su/nuestra dignidad, a su/nuestra historia. Y así nos va, en todo.
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