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El oriente medio es el gran escenario de los ancestrales libros. Es la tierra prometida, es un suelo santo. Cuna de profetas y tumba de mártires. Es el gran patio de los dioses donde se sigue construyendo la inútil torre de Babel. Es ahí donde también se escriben historias de futbol, ese juego que debe significar mucho más que un simple pasatiempo o que por lo menos así se interpretan los mensajes que logran colarse entre asuntos más importantes.
Israel y Palestina cohabitan este territorio separados por un muro que va más allá de las lamentaciones. Son enemigos, hablan idiomas distintos, piensan diferente. Pero ahí están viviendo su realidad. Ambos países tienen al futbol como uno de sus deportes nacionales. Los ingleses también dejaron la semilla de su juego cuando fueron los propietarios de esta parte del mundo.
La FIFA admitió a Israel desde hace casi medio siglo. Ahora son parte de Europa en el mapa futbolístico porque en los setentas fueron expulsados de la confederación asiática tras fuertes presiones de los países árabes. Sólo tienen una participación en copas del mundo, la de México en 1970.
Palestina fue aceptada hasta 1998 pero sin infraestructura deportiva y tras la segunda Intifada o rebelión contra Israel, logró disputar su primer partido amistoso como local el 26 de octubre de 2008. Empataron con Jordania a uno en esa ocasión. Pero fue apenas el pasado 9 de marzo cuando los palestinos jugaron su primer partido oficial en el estadio Faysal Hussein en contra de Tailandia el 9 de marzo de 2011.
Entre ambas naciones no se rebasan los 20 millones de habitantes. Algunos jugadores israelitas han salido de su país a jugar en otros lados. Yossi Benayoun, el Diamante Israelí que pasó por el Chelsea y que ahora juega para el Arsenal de Inglaterra, es su referente actual y capitán de la selección nacional.
Su contraparte en Palestina es Ahmed Kashkash. El fue quien anotó el primer gol para su equipo en aquel duelo contra Jordania en casa. Es de la franja de Gaza y en una ocasión no pudo disputar un partido con su selección cuando las autoridades israelíes le negaron el acceso a Cisjordania. Para un futbolista palestino cruzar los muros que encapsulan su hogar no es tan fácil. Por eso muchas veces los jugadores que llegaron a formar el equipo nacional eran palestinos en el exilio.
La liga premier de clubes en Israel está montada sobre un sistema de rivalidades que va de la mano con las corrientes políticas. Aquellos que lleven el nombre Maccabi se identifican con el centro. Los Hapoel con la izquierda. Y los Beitar son cercanos a la derecha. Pero hay un equipo en particular que logró grandes cosas con futbolistas árabes y judíos en sus filas. Los hijos del Sakhnin lograron coexistir en el campo de juego. Ellos se han convertido en el primer equipo de una ciudad árabe en ganar la Copa de Israel (2004) y en representar a su país en las competencias de la UEFA. Sin embargo el Sakhnin sólo pudo mostrar al mundo lo que podría ser esa tan difícil coexistencia porque ahora esta escuadra pelea por su propia sobrevivencia, sin poder soportar el peso de aquellos tiempos de gloria.
Para los palestinos es inconcebible que las mujeres practiquen el fútbol. Pero son ellas las que han obligado a cambiar las rígidas costumbres. Este equipo que juega sobre el asfalto en la milenaria Belén acabó convirtiéndose en la base de la selección nacional femenina y su entrega plena terminó por consolidar la liga nacional de futbol para mujeres que acaba de arrancar el pasado 10 de febrero. El equipo belemita recurrió al respeto y la tolerancia mutua. Una de sus hábiles jugadoras lleva siempre puesta la burka y su capitana pertenece a la iglesia cristiana ortodoxa.
En ambos lados del muro, los niños no saben de guerras, de territorios ocupados, ni de patriotismos, ni de intolerancia. Los niños hacen lo mismo en todos los rincones del mundo: jugar al fútbol. A pesar de que haya toque de queda. A pesar de que hablen diferente y crean en dioses distintos. La Unión Europea ha puesto en marcha un programa llamado “Futbol: nuestro territorio común” que reúne cuatro o cinco veces al año a niños judíos, cristianos y palestinos para divertirse con la pelota, jugando por la paz sobre esa tierra prometida, sobre ese suelo santo tan codiciado y dividido por la necedad. El futbol sirve para generar ese entendimiento mutuo que acaba por crear amistades y genera no solo la coexistencia, sino la convivencia de la especie humana.
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