martes, 2 de noviembre de 2010

Algunas cosas que los jóvenes sindicalistas podrían aprender de Marcelino…

Marcelino Camacho nos ha dejado en un momento en el que la emergencia de un nuevo sindicalismo actualmente resulta casi tan apremiante como lo pudo resultar allá por los años sesenta, cuando tuvo lugar el nacimiento y desarrollo de las Comisiones Obreras, una época en la que el mercado reinaba en nombre de un jefe de Estado que únicamente tenía que responder ante Dios y la Historia.
Hay dos cosas fundamentales que hay que tener en cuenta a la hora de hablar de Marcelino, primero, que su historial es el de un luchador, y no el de un funcionario con un despacho, dietas y todo lo demás. Lo segundo es, pues eso, que se ha ido casi tan pobre como los hijos de la mar. Nada pues que ver con los que han hecho “carrera” con sus cargos políticos y sindicales.
Xavier Garriga, alcalde de Sant de Ribes con el que fui concejal (por EUiA) en el gobierno municipal, gustaba de repetir que un buen alcalde es aquel que la gente se encuentra en la calle, y sabe responder a las interpelaciones. Eso vale también para un sindicalista. Como ha recordado el camarada Manolo Gari en su artículo Camacho (http://mimargenizquierda.blogspot.com/), Marcelino era un sindicalista de a tajo, de a pie, con el que no tenías que pedir citas, que sabías que estaba en la “mani” o en el acto, y con el podías hablar de lo nuestro en las asambleas. Por todas estas cosas representó como pocos el sindicalismo combativo de los sesenta-setenta, justamente, desde el nacimiento de comisiones hasta los Pactos de la Moncloa. Después, todo serán derrotas y retrocesos, eso sí “negociados” con “buen talante”…
En el tiempo en que se forja las primeras comisiones Obreras, el viejo movimiento obrero echaba –por decirlo así-, sus últimos estertores. Seguramente, su última gran batalla fue la de la huelga de los tranvías a principios de los años cincuenta, cuando las autoridades tuvieron que dar marcha atrás tras una huelga animada por una conciencia apenas organizada, pero que hacía que trabajadores y trabajaran aceptaran andar kilómetros a pie antes de pagar la subida del billete. En los años sesenta, este seguía siendo un tema de conversación y de orgullo proletario, pero aquello no tuvo continuidad.
Por supuesto, seguían figurando las siglas clásicas. De la UGT quedaban algunos restos en Asturias y en Euzkadi, y figuraba en todos los congresos de sindicatos europeos afines a la socialdemocracia, pero poco más…La CNT se dejó la piel para reconstruirse, y lo consiguió a veces en algunas empresas y oficios –por ejemplo, entre los acomodadores de cine-, pero finalmente, no pudo levantar cabeza por diversos motivos. El principal fue claro está, la represión. Pero también influyó la división interna, así como el desgaste de la vieja militancia que, por citar un ejemplo, en Barcelona era encarcelada a granel cuando Franco ponía los pies en la ciudad. Tanto la UGT como en la CNT   se respiraba un ambiente de “anticomunismos” muy propio de la época, pero sobre todo seguían con los esquemas propios de los años treinta. El que escribe asistió a algunas reuniones en  el parque de Las Planes con diversos pretextos, y la verdad es que los que asistían parecían –eran-, gente de otra época.
El PCE había  tratado de crear su propio sindicato, pero lo abandonó cuando sufrieron las primeras Comisiones Obreras. Los comunistas habían sufrido la represión como el que más –más incluso porque el régimen lo tenían como “el impero del mal”-, pero supieron sobreponerse. En ello les valieron unos métodos organizativos mucho más severos, métodos que en aquellas circunstancias resultaron eficaces por más que fuesen obviamente discutibles. Al “Partido no se venía a discutir” sino a actuar con disciplina. Tenían una estructura, pero sobre todo tenían el soporte del “mundo socialista” y del movimiento comunista internacional, algo que entonces resultaba apabullante. Sobre todo desde aquí donde toda crítica al “comunismo” (oficial, decíamos algunos), podía resultar fácilmente amalgamado con el anticomunismo del régimen…Mientras que el antiguo movimiento obrero casi había desaparecido, la URSS y el movimiento comunista parecían los únicos baluartes contra el mal llamado “mundo libre”, cierto es que ahora la revolución se estaba fraguando en los países coloniales o semicoloniales, como Cuba o Argelia, y algunas cosas estaban empezado a cambiar como se vería al final de la década.
Como explica Manolo Gari: “Lo que atraía del modelo eran cinco características: su vocación asamblearia, unitaria, pluralista, autónoma (respecto al Estado, la patronal los partidos políticos) y socio-política…”.
Eso no eran sólo palabras. Tú no tenías que tener un carnet, ni ser de una sigla, participabas porque estabas interesado en la lucha, y las asambleas eran abiertas.   No había ningún problema si formabas parte de otros sindicatos o asociación, lo que permitió abrir puertas hacia sectores nuevos, como los jóvenes católicos radicalizados, y con parte del clero obrero, que lo había y de verdad. Eso demostró una capacidad de adaptación, de estar por lo que había que estar al margen de los prejuicios. Recuerdo los remilgos de muchos izquierdistas al tener que pasar por sacristía para asistir a tal o cual reunión. El pluralismo llegaba hasta gente que provenía de la Falange en dirección a la izquierda, algo que no debe de resultar tan sorprendente por cuanto el franquismo utilizó a mucha gente que fue tildada, y mucha gente que visto lo que era el régimen, comenzó a cambiar, y en esto, los ejemplos ilustres abundan. Autonomía total en relación al Estado, por supuesto.   Como es más que habitual, el régimen presumía que había “superado” la lucha de clases cuando en realidad había aplastado al movimiento obrero, y los empresarios lo primero que hacían cuando tenían un problema “social” era llamar a la policía. El CNS, el sindicato vertical, era un tinglado al servicio de los amos,  y cuando hacía falta, también hacía las veces de policía. Lo de socio-político era un elemento de renovación…
De esta manera se estaba recomponiendo de nuevo el movimiento obrero.
Otra cosa era la independencia de los partidos, y lo cierto es que llegó un momento en el que el PCE no aceptaba una oposición en el seno del movimiento. Esto se acentuó en la segunda mitad de los años setenta, y de ahí que surgieran comisiones afines a las diversas formaciones, sobre todo a las maoístas, que también aplicaban en “su comisiones” la misma normativa. Aquí es donde tuvimos mayores problemas. Cuando llegó la hora de “contener” las movilizaciones, una tarea en la que ya destacaron los Fidalgo, Simon Rosado, Toxo y demás. Hoy sabemos que fueron los imperativos verticalistas del PCE “de” Santiago Carrillo, los que obligaron a sindicalistas honestos como Camacho a secundar los Pactos de la Moncloa, una página que marca un antes y un después en la evolución de Comisiones.  Su papel en las Cortes es quizás su página menos presentable, aquel lugar estaba destinado para los “profesionales” como Antonio Gutiérrez o Nicolás Sartorius, los mismos que ahora evocan el historial de Marcelino como si fuera el suyo propio, como sí no hubiese ocurrido nada después.
Si hubiera que decirlo en pocas palabras, se podría decir que la biografía militante de Marcelino Camacho es la más representativa de las comisiones asamblearias…Las mismas que protagonizaron el embiste obrero el imparable embiste obrero contra la dictadura las que impusieron toda una serie de conquistas sociales y democráticas de prime orden, todo en un tiempo en el que un despido podía costarle a la patronal una huelga general en la zona.
De aquellas luchas quedó la memoria, y de aquellas conquistas quedaron unas mejoras que nos acercaron al “Estado socia” europeo. Luego, nos dijeron que seguiríamos avanzando, solo que de una forma más razonable y escalonada. Mentira, ha sido justo al revés. Queda el legado, parte de la fuerza que se puesto en evidencia el 29-S son parte de lo que queda de aquel entonces. Ahora se trata de coger la antorcha porque nos quieren arrebatar todo,  y al levantarla tenemos en Marcelino Camacho  un señor ejemplo. Sobre todo en los aciertos, en cuanto a los peores, hay algo que está: ningún partido puede llamarse obrero, socialista o comunista, si no pone por encima de todo los intereses de conjunto de los trabajadores y las trabajadoras…

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