sábado, 14 de abril de 2012

Guadalajara: la primera derrota del #fascismo.



Reproducimos aquí el artículo de Juan Pablo Calero en el último número de periódico Diagonal (número 171) sobre la Batalla de Guadalajara. En el 75 aniversario de la primera derrota del fascismo en el campo de batalla.

En la primera quincena de noviembre de 1936 el paseo militar del Ejército de África, el único que merecía ese nombre en el maltrecho ejército español, se había estrellado contra la firme voluntad de resistencia del pueblo madrileño. Ni la ayuda logística de las potencias fascistas, ni la “quinta columna” de la que fanfarroneaba el general Emilio Mola, ni la estrategia diseñada por los oficiales rebeldes habían sido capaces de superar las trincheras del río Manzanares.
El general Franco se había visto obligado a modificar su acción táctica para tomar Madrid, a cuya población civil castigaba con inmisericordes bombardeos; fracasado el ataque frontal, optó por distintas maniobras envolventes para tomar la capital de la República. Pero ni la ofensiva del norte (Boadilla del Monte-Aravaca), ni la del sureste (Batalla del Jarama) habían alcanzado sus objetivos. Al filo de la primavera de 1937 al general Franco sólo le quedaba asaltar Madrid desde el nordeste, desde Sigüenza.
Era el frente más lejano a la capital, unos 130 kilómetros, pero el más accesible: ante las estribaciones del Sistema Central que rodean Sigüenza se extendía La Alcarria, una extensa y despoblada meseta que llegaba hasta Torija, donde comenzaba un valle que, en suave pendiente, atravesaba Guadalajara y Alcalá de Henares y llegaba hasta Madrid. La Carretera de Aragón actuaría como eje del ataque y el ferrocarril de Madrid a Barcelona, que discurría por un valle paralelo, serviría de vía de apoyo al avance.
El único problema al que se enfrentaba el general Franco era la falta de soldados, pues sus tropas habían sufrido un serio desgaste en las batallas de Madrid y del Jarama; así que los generales rebeldes no tuvieron más remedio que aceptar que el protagonismo de la conquista de Madrid recayese en el italiano Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) del fascista Benito Mussolini.
Frente a ellos se encontraban pequeñas unidades republicanas, nutridas sobre todo con campesinos de la comarca, que defendían las conquistas que la columna confederal de Cipriano Mera había realizado en los primeros días de la Guerra Civil. A pesar de la insistencia de Mera, el cálculo conservador de los oficiales leales había impedido el avance de los milicianos hasta tierras aragonesas, y al finalizar el verano de 1936 el frente se había estabilizado al sur de Sigüenza. Y desde allí iban a partir las columnas de fascistas italianos y rebeldes españoles.
El 8 de marzo de 1937 la División italiana Fiamme Nere penetró con facilidad a través de las débiles líneas defensivas republicanas, mientras que las unidades franquistas del general José Moscardó alcanzaban Cogolludo. Al día siguiente, la división Penne Nere reforzó el ataque y en las primeras horas del día 10 las tropas fascistas entraban en Brihuega: la guerra célere de los blindados italianos estaba dando excelentes réditos al ejército rebelde. Al día siguiente el frente se estableció entre Jadraque y Trijueque, un pueblecito próximo a Torija y último bastión republicano en el camino hacia Madrid. Para conquistarlo, el día 13 de marzo entraron en combate dos nuevas Divisiones fascistas: Dio lo vuole y Littorio. Madrid, otra vez, parecía estar perdido.
Sin embargo, la decidida respuesta de los soldados republicanos de la 14 División, de Cipriano Mera, de la 11 División, de Enrique Líster, y de las Brigadas Internacionales, coordinada por el coronel Vicente Rojo, no sólo fue capaz de defender Torija, sino que contraatacó con éxito derrotando a las orgullosas Divisiones italianas y a las columnas franquistas de apoyo. Se recuperó casi todo el terreno perdido, se capturó abundante material bélico, que permitió certificar la intervención extranjera en apoyo del general Franco, se apresó a numerosos fascistas italianos y, sobre todo, se demostró que los defensores de la causa del pueblo podían resistir y sabían vencer.
Una victoria por la que se pagó un precio muy alto. En Trijueque, muy especialmente, y en los pueblos ocupados por los franquistas durante la batalla la rabiosa impotencia de los fascistas desató una dura represión sobre milicianos y campesinos. Hay que destacar el caso de Brihuega, capital de la comarca de La Alcarria y centro del anarquismo provincial: si en 1870 se había organizado una pionera Sociedad adherida a la Internacional, en 1936 el Sindicato local había estado representado en el Congreso que la CNT celebró en el mes de mayo y en julio se había establecido una dinámica colectividad agrícola. Aunque la mayoría de los anarcosindicalistas pudieron abandonar el pueblo antes de que irrumpiesen los fascistas, una treintena de ancianos y familiares de los cenetistas briocenses fueron fríamente asesinados.
La batalla de Brihuega fue la primera derrota de un fascismo que hasta entonces parecía invencible. Los campesinos de La Alcarria, los milicianos madrileños y los voluntarios antifascistas italianos y alemanes pagaron por ella un alto precio: el de la libertad y la dignidad humana.
Juan Pablo Calero
Pd: Foto de Cipriano Mera

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